Es uno de los films más insólitos de la historia del cine. Realidad y ficción, humor y horror, crónica y fábula se mezclan, de la mano de Fritz Lang, creando una obra única, inimitable (por más que imitada) y decididamente insuperable.
La carrera alemana de Fritz Lang, demasiado postergada en los últimos tiempos, constituye un reto permanente a los límites técnicos y narrativos del cine de la época. Cada nueva película de Lang sorprendía y entusiasmaba: los paraísos arcaicos y mitológicos de
Los nibelungos , el bosquejo de una ciudad futurista de
Metrópolis , el exotismo aventurero de los grandes genios del mal, como Mabuse o el profesor Haghi de Spione. El prestigio alcanzado por el director en aquellos años parecía impulsarle a un circense «más difícil todavía» que, sorprendentemente, culminaría y cambiaría de sentido con
M, el vampiro de Düsseldorf (M, 1931), un film de ambiente cotidiano inspirado en las fechorías de un asesino de niños que aterrorizaba a los habitantes de la ciudad alemana aludida en el título.
M de «mörder»
Aunque el protagonista de
M , un oscuro empleado que vive solo en una anodina pensión, responde al nombre de Hans Beckert (excelente encarnación de Peter Lorre), lo cierto es que comúnmente se le conoce como «M», inicial del apelativo «mörder» (asesino), que un vagabundo le marca con tiza en la espalda para que pueda ser reconocido y perseguido. De hecho, éste no era el título originalmente previsto, sino «El asesino está entre nosotros». Un ambiguo enunciado que supuestamente levantó la susceptibilidad del partido nazi por su posible alusión a su principal dirigente, lo que obligó a cambiarlo. Sin embargo, y a pesar de que este argumento ha sido repetido con frecuencia, algunos especialistas en la obra del director, como Bernard Eisenschitz, sospechan de su exactitud alegando que la pujante posición del nacionalsocialismo, su absoluta legalidad y el prestigio, entonces intachable, de su líder Adolf Hitler, hacían poco probable tal asociación de ideas. Por otra parte, y ante las arriesgadas interpretaciones antinazis de éste y otros films del director, cabe recordar que todos los guiones de los films alemanes de Lang, desde
Das Wandernde Bild (1920) hasta
El testamento del doctor Mabuse (1933), fueron escritos en colaboración con su esposa Thea von Harbou, novelista de éxito, guionista, directora y, muy especialmente, destacada militante del partido nazi. Y, aunque Lang se separó de ella cuando emigró a Estados Unidos en 1933, lo cierto es ambos trabajaban en perfecta sintonía, y que el autor de
La mujer del cuadro siempre tuvo palabras de elogio para la labor de su ex compañera.
«M» es un temible asesino psicópata, pero también es, en cierta manera, un ser «condenado», incapaz de reprimir sus instintos. En la película no se dice nada de los motivos de su conducta (en el
remake realizado por Joseph Losey en 1951, el mismo personaje es víctima de un padre autoritario y una madre posesiva), por lo que se presencia se reduce a la de un peligroso criminal anónimo, oculto bajo los rasgos de un hombre cualquiera, de aspecto melifluo y un tanto aniñado. Hans Beckert no existe como individuo hasta su sorprendente y conmovedor discurso, en la secuencia final, ante un auditorio formado de vagabundos y prostitutas, que no están dispuestos en absoluto a escuchar sus argumentos. Es entonces cuando se descubre que el «monstruo» no es más que un perturbado mental, cuya conducta responde a una mezcla de timidez y de ansias de notoriedad (comunica a la prensa sus crímenes así como su propósito de seguir matando). La llegada de la policía evita la ejecución inmediata del protagonista. El hampa pretende imponer justicia, pero lo único que hace es aplicar su instinto de venganza y garantizar su permanencia en unos barrios que considera suyos. Como se hace evidente en su posterior etapa americana, Lang siempre defendió la necesidad de la verdadera justicia frente a la sed de venganza, la aplicación de la ley a la impulsiva y temible reacción de las masas encolerizadas.
«M» como crónica social
Los turbulentos años de la República de Weimar, previos a la llegada de Adolf Hitler al poder, propiciaron en Alemania una etapa de profunda crisis en la que la agitación política, el desempleo y la devaluación económica mantenían a la población en un permanente estado de angustia. Se ha dicho, no sin razón, que esta situación fue el caldo de cultivo del que surgió el expresionismo, corriente que abarca todos los campos de la actividad artística. La distorsión de las formas, la iluminación en claroscuro y los abundantes relatos sobre locos y criminales son algunos de los aspectos más ostensibles de la estética expresionista, entendida como manifestación de la tortura individual y del malestar de una época.
Pero la posición de Lang frente al expresionismo ha sido siempre contradictoria. A pesar de que comúnmente se le ha considerado como uno de sus más destacados representantes, él siempre negó su adscripción a dicho movimiento. En cualquier caso, los planteamientos expresionistas están presentes en la elaborada fotografía de
M (obra de Fritz Arno Wagner), pero también se desprenden del cáustico retrato del entorno social en que se mueve el protagonista. La búsqueda paralela que emprenden la policía y los mendigos para atrapar al asesino constituye una estudiada inversión de papeles, muy próxima a la de ciertas piezas teatrales de Bertolt Brecht. La «asociación de los mendigos», con su local de reuniones, su organización disciplinaria y su ordenada distribución de las tareas, resulta una clara parodia del modelo establecido por la sociedad burguesa, aunque la visión de Lang, picaresca y desenfadada, carezca de la contundencia crítica de Brecht.
«M» y la innovación del lenguaje
En el aspecto visual y narrativo,
M sorprende por su audacia y sus innovaciones; más aún si se tiene en cuenta que muchos de sus elaborados
travellings y movimientos de grúa se realizaran con medios extremadamente precarios. La imaginación de Lang parece no tener límites. La primera secuencia (8 minutos y 27 planos) resulta, todavía hoy, una verdadera lección magistral de concisión y eficacia. A pesar de tratarse de su primera incursión en el cine sonoro, el director utiliza con sorprendente precisión los sonidos y los silencios para incrementar la tensión dramática del relato, al tiempo que utiliza audaces encadenados sonoros para enlazar diferentes escenas. Así, por ejemplo, cuando un grupo de ciudadanos se apiña para leer un cartel que anuncia la búsqueda del asesino, la voz que se escucha es la de un personaje que está sentado en una cervecería leyendo el periódico en voz alta ante unos amigos, situación que corresponde a la escena siguiente y que por lo tanto el espectador desconoce. Por otra parte,
M es uno de los pocos films sonoros que carece de banda de sonido propiamente dicha, aparte de los ruidos directamente relacionados con la acción (puertas, motores, pisadas, sirenas). La única música que se escucha son unos compases de
Peer Gynt , de Edvard Grieg, que silba el asesino. Unas notas alegres y casi infantiles que, sabiamente utilizadas, se convierten en obsesivas y fatalmente amenazadoras.
Estamos ante una de las más grandes películas de la historia del cine. Nunca se ha vuelto a ver tal espectáculo en un film, y menos en este género, una mezcla de drama y thriller... Un espectáculo como bien dice el artículo, inimitable. Y es una pena que este género no se haya expandido en círculos de buenos directores, porque es mi género favorito. Y hoy en día, solo recuerdo dos thrillers que merecieran la pena, los dos recientes. "Seven" de David Fincher si no mal recuerdo, y "Crónica de un asesino en serie", de Bong Joon-Ho. Estas dos películas son parecidas en el sentido de que la historia no se refleja desde la perspectiva del asesino. Esa es la principal diferencia con M.
ResponderEliminarPeter Lorre está sobervio, para mí, una de sus mejores interpretaciones.
Nada más, invitar a todo el mundo a acudir a la proyección de esta obra maestra.
Quisiera saber en qué medida este film anticipa en cierta forma lo que después será el nazismo.
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