La fuente de la vida
The Fountain (La fuente de la vida) de Darren Aronofsky:
Publicado por Beatriz Martínez en Miradas de Cine:
El viaje que nunca termina
La búsqueda de la eterna juventud es uno de los temas más viejos del mundo. Perpetuar nuestra esencia a través del espacio y del tiempo, conseguir la inmortalidad de nuestro cuerpo, alcanzar un estado superior de virtud en el nuestra alma pueda sentirse plena y realizada. Son temas directamente entroncados con el espectro místico y religioso que se encuentra arraigado en todas y cada una de las culturas, ya sea cristiana, budista o maya.
En un tiempo como en el que nos ha tocado vivir en el que la mayoría de las películas se centran en el sustrato económico, en el aspecto materialista de nuestra sociedad, encontrar una historia como la que nos narra The Fountain, ya es de por sí una trasgresión a los parámetros globalizadores con los que se viene dando forma a la producción cinematográfica contemporánea en la que definitivamente se han perdido los valores esenciales del ser humano.
El director Darren Aronosfsky pretende recuperarlos en esta fábula tremendamente sencilla en su fondo pero excesiva y abigarrada en su forma que se encuentra configurada a partir de tres conceptos esenciales: el amor, la vida y la muerte y estructurada a través de un complejo sistema referencial de profundas resonancias tanto literarias como legendarias.
The Fontain es un libro cuyas páginas nos embarcan una aventura a través del tiempo y la percepción, un viaje hipnótico, deslumbrante y a la vez perturbador, misterioso y complejo por el que navegamos sin rumbo fijo, meciéndonos suavemente a través de una serie de historias complementarias que se contienen la una a la otra sin que sepamos discernir cuál de ella es la principal, porque todas se encuentran enredadas y confundidas como si fueran las raíces retorcidas de ese árbol erigido a modo de símbolo en cuya búsqueda infinita se embarca el personaje protagonista.
La alambicación del relato así como su barroquismo a nivel visual e iconográfico convierten a The Fountain en una obra magnética y perturbadora, en la que se funde la fantasía y la ciencia ficción y se reviste de misticismo y espiritualidad, casi otorgando a cada uno de estos parámetros un sentido radicalmente diferente que los elevan a una categoría mitológica.
Sin duda alguna nos encontramos ante el proyecto más ambicioso de Darren Aronosky, quien hasta el momento se había movido con soltura en el ámbito independiente gracias a dos pequeñas producciones, Pi. Fe en el caos (Pi, 1998), y Réquiem por un sueño (Requiem for a dream, 2000), películas tan inteligentes como irritantes (como también lo es The Fountain) y que nos revelaron a un director meticuloso y poseedor de un universo obsesivo muy particular. Y es que la obsesión, es precisamente el germen matricial de todo su sistema tanto argumental como formal. Los personajes de sus historias son individuos totalmente desconectados de la realidad que les rodea y que viven encerrados en sus propias neurosis existenciales. De la misma forma Aronosfky pretende plasmar estos estados maniáticos a través de una materialización narrativa repetitiva y recurrente, en la que las acciones se recrean una y otra vez en un bucle insistente e ilimitado cercano a la paranoia.
Eso conlleva quizás que el cine de Aronosky nos resulte incómodo y que en ocasiones planee sobre él la sombra de la pretenciosidad. Pero si en sus anteriores trabajos esos factores se encontraban reducidos por su carácter de producciones mínimas, aquí, todas las virtudes y defectos del director se encuentran elevadas a la máxima potencia. Eso hace de The Fountain un film tan fascinante como a la vez ridículo, ambicioso como al mismo tiempo ingenuo, que intenta explorar cuestiones insondables de la existencia humana y que termina por únicamente rascar en la superficie, desmesurado y desproporcionado pero también desafiante. Su condición de delirio en todos los sentidos (tanto en el plano visual como narrativo, sin contar con un desenlace que excede todos los límites de lo imaginable) lo acerca a un tipo de cine que en estos momentos muy poca gente asentada en la industria de Hollywood se atreve a hacer.
Aronofsky se interna en los límites de la creación abstracta, y ésta solo es aprehensible por los estados cognitivos más puramente sensoriales. Su cine, aunque geométrico y matemático en apariencia termina resultando más emocional que racional, pues son las sensaciones que nos incita el texto fílmico las que nos hacen construir mentalmente la historia a partir de interconexiones de carácter intuitivo. Frases que se reproducen una y otra vez, situaciones paralelas, elementos acumulativos y de sinécdoque, sinestésicos y en última instancia sinérgicos. Una orquestación sinfónica que pone a prueba la lógica y apela a la sublimación de las esencias instintivas de nuestro subconsciente.
Además de la contundencia de la imágenes, en este aspecto también influye decisivamente la construcción musical que realiza el compositor Clint Mansell, quien compone una columna sonora firme como una roca, repleta de texturas y matices que a veces nos acarician con su suavidad y otras nos arrastran con una violencia y oscuridad que casi nos transportan a los ecos del rock industrial de principios de los noventa.
Comentaba Aronosfky en su paso por el Festival de Sitges que "el planteamiento visual de la película es cruciforme", por lo que su estructura sería la de un crucifijo tridimensional. Tres direcciones que sintetizan pasado, presente, futuro, pero en el que también se integra la utopía, la imaginación, la realidad y la ficción dentro de la propia ficción. Diferentes planos que se intercambian, se cruzan y se entrecruzan (en la línea de Izo de Takashi Miike) en un film inabarcable repleto de capas que resuenan las unas en las otras. Puertas que se abren y se cierran tras nuestro paso, círculos, anillos que nos remiten a la idea de reencarnación, de infinitud, de compromiso al fin y al cabo con la persona amada a través del tiempo y de la historia.
Un film romántico y arrebatado sobre la imposibilidad del individuo de alcanzar la perfección y de su empeño por luchar contra la irreversibilidad de las barreras que impone la condición humana.
Publicado por Alejandro Serrano en Fantasymundo:
La complejidad de la película puede asustar en un inicio, pero rápidamente la historia envuelve al espectador, merced a las imágenes y a las tres historias enlazadas. El ritmo narrativo es constante y uno tiene la continua sensación de avanzar hacia un lugar en concreto.
El hecho de que Handel, co-guionista, sea también doctor en neurocirujía, ayudó sin duda a Aronofsky, director así mismo de “Pí” y “Réquiem por un sueño”, a configurar la trama, complicado ejercicio de simultaneidad temporal. Si ya la tarea de escribir el guión fue complicada (después veréis porque), desde el principio hubo problemas más… técnicos. Darren tuvo que realizar grandes esfuerzos, y volverse literalmente loco para ver finalizada esta producción. En un inicio, la Warner Brothers puso sus ojos en el proyecto, y Brad Pitt era el destinado a dar vida a su protagonista masculino, junto a la estupenda Cate Blanchett (Galadriel en El Señor de los Anillos). Pero el guaperas Pitt vió el guión poco adecuado para su carrera y finalmente declinó su participación, dejando en la cuneta a todo el equipo técnico desplazado a Australia. Tras Brad, que terminó rodando “Troya”, se fue corriendo cual gacela Blanchett, y tras ellos dos los 100 millones de dólares de presupuesto inicial. Por supuesto, Aronofsky, que había rechazado jugosas ofertas económicas y artísticas por filmar “The Fountain”, entre ellas el último “Batman” y la esperada “Watchmen”, se volvió loco de atar: su proyecto, largamente acariciado, se esfumaba. Los estudios le retiraron los fondos y todo terminó, menos el crujir de sus uñas cada vez que las mordía. Tras tres años de esfuerzos, estábamos en el 2002 y el proyecto parecía morir.
Pero Aronofsky no se rindió. Llegó a la conclusión de que, si con 60.000 dólares de nada (según los cánones de la industria estadounidense del cine) fue capaz de rodar la exitosa e icónica “Pí”, podría hacer “The Fountain” sin tan jugoso presupuesto. Reescribió el guión para convertir su película en más barata para los estudios y llamó de nuevo a su puerta. Y quien la sigue, de vez en cuando la consigue. Con más de 30 millones de dólares, que ya está bien, y con Hugh Jackman y la guapísima Rachel Weisz, como protagonistas, y con la Warner de nuevo por medio, este magnífico cuento sobre el dolor ve la luz por fin. Aronofsky por fin respira.
No se confundan. La crítica, antes de verla sin duda, ha englobado automáticamente dentro del género de la ciencia ficción a “The Fountain”, a causa de las primeras fotos del rodaje que transcendieron. Pero nada más lejos. La última película de Aronofsky es un canto al dolor que produce de vez en cuando la vida, del esfuerzo por superar la muerte inminente de un ser querido, sobre la resignación.
Tommy Creo (Hugh Jackman), un reputado médico, lucha por descubrir una cura para el tumor que padece su mujer Isabel (Rachel Weisz). Experimenta con primates intentando descubrir la causa y la cura, mientras su esposa languidece próxima a la muerte. Ella intenta que pase con él sus últimos momentos y acepta su inminente muerte, mientras que Tommy ve en los progresos de sus experimentos la cara de la esperanza. Pasa todo el tiempo en sus laboratorios mientras ella empeora día a día. Pese a todo, Isabel comprende y anima a su marido, consciente de que, a pesar de la futilidad del intento, él necesita seguir adelante. Mientras, escribe un pequeño libro, que espera sirva a Tommy para aceptar su destino.
Un argumento inicialmente tan simple se complica y enriquece enormemente por la originalidad del planteamiento de Aronofsky. No se conforma con reflejar el dolor habitual de este tipo de situaciones, garantizado ya por la emotividad inherente a una enfermedad de este tipo, sino que va más allá. Utiliza la historia que escribe Isabel y los pensamientos de Tommy para crear dos realidades paralelas que rivalizan entre sí por alegorizar el dolor real y los sentimientos que atraviesa el protagonista. El espectador se ve atrapado inicialmente por este desdoblamiento perturbador, que resulta confuso a las primeras de cambio, pero se torna imprescindible más tarde, según evoluciona la trama. La fotografía es inmensa, preciosista, está perfectamente dibujada y planificada para ayudar a entender mejor los sentimientos de Tommy. Con el Árbol de la Vida como conductor común y aparente destino final, el personaje interpretado por Jackman evoluciona su dolor desde la rabia y la desesperación, a la impotencia y quizá la aceptación de la muerte de su esposa, pero no sin antes pasar por una serie de estados intermedios, alegorizados de forma contínua por estas dos realidades paralelas.
La metafísica, contínuamente presente en estas dos realidades, quizá pueda agotar y confundir a parte del público, pero sin duda la visión de esta película no dejará indiferente a nadie, no tanto por la crudeza de las emociones y la espectacularidad de las imágenes, sino por la curiosa mezcla de realidad y fantasía épica que consigue Aronofsky. No es una producción para todos los públicos, está claro; el director no la ha rodado para las grandes masas. Ha escrito una historia destinada a hacer pensar en lo que de verdad merece la pena, a conmover la fibra sensible y a disfrutar de las alegóricas visiones.
Hugh Jackman se destapa como un auténtico actor dramático, está de veras inmenso, lo cual resulta una sorpresa. Sus registros interpretativos, escasamente explotados en otros proyectos, se ven reflejados en el protagonista de "The Fountain" de forma magistral. Son en realidad tres papeles en uno, aunque todos ellos con el mismo nexo de unión, la espina dorsal de la película: comparten el mismo dolor, y el mismo afán de superación del mismo.
Pese a que muchos críticos desdeñan a Rachel Weisz, para mí es una buena actriz, sobre todo en papeles dramáticos, como es el caso. Pese a lo difícil de su situación enfermiza, transmite a la perfección el optimismo desesperado destinado a animar a su pareja que comparten algunos enfermos terminales. Los distintos grados de degeneración de su salud saltan a la vista al espectador, que empatiza con ella en mayor grado si cabe gracias a su buena interpretación.
Mención aparte merece la madura Ellen Burstyn, que repite con el director tras intervenir en “Réquiem por un sueño”, por su buen hacer en el papel de Lilian, una compañera de trabajo de Tommy, que intenta poner un poco de cordura en éste. Como siempre, muy eficaz y sobria.
Insisto, la complejidad de la película puede asustar en un inicio, pero rápidamente la historia envuelve al espectador, merced a las imágenes y a las tres historias enlazadas. El ritmo narrativo es constante y uno tiene la contínua sensación de avanzar hacia un lugar en concreto, pese a que en ocasiones las escenas parezcan sucederse de forma arbitraria. Aronofsky no tiene piedad con nosotros, y la música de Clint Mansell no resulta ser demasiado brillante, aunque acompañe a la perfección a las imágenes: eso sí, si queréis música para conciliar el sueño por las noches, comprad la banda sonora.
“The Fountain” es bastante recomendable, pero eso sí, como siempre hay que ser consciente de lo que uno va a ver… cuestión de gustos. En el pasado Festival de Venecia, el público acogió la película con una mezcla de aplausos y abucheos a partes iguales.
Película fusilada por la crítica mundial, cuando en mi opinión fue la mejor película del 2006, mezclando surrealismo y drama en una obra de una profundidad impresionante, y una profunda reflexión sobre la vida y la muerte, envuelta en todo momento por una capa onírica y bella de una simpleza aplastante que hacen de este film toda una declaración de intenciones por parte de Aronofsky, que no se venderá a la industria hollywodiense tan fácilmente... ¡Larga vida a Darren Aronofsky!
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