Los olvidados
El viernes 26 de octubre proyectaremos en nuestra aula de cine la película correspondiente al presente mes. En esta ocasión rescatamos una extraordinaria película de Luis Buñuel. Se trata de "Los olvidados", título esencial en la filmografía del cineasta español, rodada en México en 1950.
Los olvidados Luis Buñuel (1950)
Publicado por J. A. Souto Pacheco en Miradas de Cine
Los perros de Buñuel
Sentida en su momento como una especie de obra neorrealista al estilo mexicano y cincelada, a su vez, como melodrama costumbrista, Los olvidados se rehabilita en fruto de otra ralea gracias a los fogonazos esperpénticos y el onirismo que Luis Buñuel imprimió en muchos de los planos de la película. Si a ello añadimos la intensa ambigüedad que impregna la cinta, resulta evidente la desvinculación del filme con los postulados de autenticidad y de denuncia del movimiento italiano. En realidad, para unos es un filme documental, para otros onírico; para unos moralista, para otros amoral; para unos realista, para otros superrealista. Seguramente, Los olvidados es todo esto y mucho más.
La película cuenta, entre otras muchas cosas, la relación de vasallaje establecida entre Pedro (Alfonso Mejía), un adolescente imprudente con el estigma del chivo expiatorio a cuestas, y Jaibo (Roberto Cobo), un delincuente sin escrúpulos que lidera una banda juvenil en México DF, escapado del reformatorio. Éste matará a la persona que lo había denunciado. Este crimen, presenciado por Pedro, establecerá entre ambos un invisible vínculo de dependencia que sólo la muerte podrá desbaratar.
Producida por Oscar Dancigers a raíz del inesperado éxito de El gran Calavera, contó con Luis Alcoriza en funciones de coguionista, Rodolfo Halffter a cargo de la partitura y Gabriel Figueroa dominando el objetivo de la cámara, alejado esta vez del esteticismo de la fotografía que imprimía a las películas de Emilio Fernández. Buñuel antepuso el contenido moral al preciosismo de las imágenes. La fotografía de la película bascula entre imágenes realistas y otras donde resalta la plasticidad y lo icónico adquiere valor simbólico. El director de fotografía tuvo sus más y sus menos con el cineasta aragonés porque éste le pidió renunciar a la belleza, aunque, en el fondo, su voluntario feísmo también es una estética laboriosa.
Tras cinco meses de exploración por los barrios en los que se sitúa la trama de Los olvidados, la película se rodó en menos de un mes, permaneciendo después sólo cuatro días en cartel. Su estrenó levantó una desmesurada furia y repulsa entre los intelectuales y políticos del país, considerando que Buñuel había denigrado de manera ingrata y desleal a la sociedad mexicana. El filme retornó la popularidad a Buñuel gracias a su estreno en el Festival de Cannes a finales de 1950. Octavio Paz la promocionó en nombre del Gobierno mexicano y los viejos surrealistas la aplaudieron mientras los comunistas, encabezados por Georges Sadoul, la acusaron de burguesa hasta que un elogioso comentario de Pudovkin en el diario Pravda devolvió la película al lugar que le correspondía. De todos modos, todo este berenjenal no era nada nuevo para Buñuel, pues otra obra suya que guarda muchas semblanzas con la que nos ocupa, Las hurdes (1933), fue considerada insultante para España y rechazada en los círculos oficiales.
Entrando más en materia cinematográfica, en Los olvidados Buñuel va un poco más allá de lo soportable y aceptable. Es un filme molesto, en ocasiones por la violencia explícita de sus imágenes y, en otras, porque el espectador no puede comprender lo que sucede en sus planos. Probablemente se sabe lo que ocurre pero se nos escapa el cómo y el porqué.
Buñuel sitúa la cámara a la altura de la mirada del espectador. En un principio, todo es coherente, y el estilo clásico de la narración así lo confirma. Planos estáticos, preferentemente americanos pueblan, así, bena parte del metraje. Sin embargo, de repente, algo pasa en la pantalla, aparece el Buñuel vanguardista, y hemos de frotarnos los ojos para aceptar lo que estamos viendo. La secuencia de la pesadilla, el asalto al discapacitado del carrito, el ataque al mendigo ciego, los maltratos de éste a los niños, el espíritu negligente de la madre de Pedro y su posterior deambular por las calles para exorcizar su culpa, la sombra de una violación... Es difícil encontrar un episodio éticamente edificante en el argumento de la película pero, además, Buñuel se encarga de hacer estallar nuestros patrones psíquicos bienpensantes al introducir elementos narrativos modernos (aquí si que tienen una intención previa los movimientos de cámara, las panorámicas y travellings, los planos picados y contrapicados, el ralentí, la profundidad de campo, la fotografía oscura, el sonido...).
Además, resulta complicado poder hablar del Bien y del Mal en una historia como esta. Pedro y Jaibo son sus respectivos representantes. Pero Buñuel los observa desde un mismo prisma, con una mirada escéptica que va más allá de juicios morales para mostrar las contradicciones de uno personajes que acaban por provocar amor y horror al unísono. La escena de la pesadilla, de marcado carácter edípico, muestra igualmente las semejanzas de sus deseos ocultos, tanto en el orden del eros como del thanatos.
Asimismo, en el camino de Jaibo y Pedro se cruzan personajes que se camuflan detrás de su propia crueldad, como el mendigo ciego, que oculta su violencia con las clásicas formas del disimulo. Es decir, con la misma estrategia con la que Buñuel nos asesta un tremendo impacto en la sien pues Los olvidados,a pesar de estar hecha dentro de los límites del cine comercial, resulta ser una película personal y poetica. Es imposible permanecer insensible al estilo duro de un autor, al pesimismo, al determinismo social que consigue impregnar las imágenes que nos propone con una considerable carga de realidad. Ésta llega a ser abrumadora, aunque lo verdaderamente sorprendente es que este naturalismo cohabita con lo oculto y enigmático, por la vida psíquica, como si la realidad no fuese tal, como si ésta engañase.
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