sábado, 28 de julio de 2007

El agua en el cine de Andrei Tarkovski


Solaris de Tarkovski



Publicado por Frederic Soldevilla en Miradas de cine

Andrei Tarkovski solía decir en las entrevistas que concedía que el agua que aparece en sus films no tenía un significado especial. Solía decirles a los críticos algo que no dejaba de ser cierto: que el agua era parte del paisaje en el que había crecido. Efectivamente, en casa de su abuela materna, en Iurevetsz, junto al Volga, la lluvia era constante, y ello afectó de tal modo a la sensibilidad del pequeño Andrei, que en todas sus siete películas posteriores apareció la lluvia y el agua. Según el director, «en Rusia hay largas temporadas de lluvia que despiertan la nostalgia» [1]. Y prosigue: «en la lluvia se puede ver, sin más, mal tiempo, mientras yo lo utilizo de una forma determinada, como un ambiente estético, que marca el desarrollo de la acción, Pero no significa —ni mucho menos— que en mis películas la naturaleza sea símbolo de algo».

Tarkovski, al igual que Fellini y otros grandes creadores cinematográficos, usufructa recuerdos de su infancia para crear algo superior a lo meramente subjetivo, algo que mediante la universalidad del arte pueda captar la sensibilidad de cada receptor de su obra, cosa que Tarkovski siempre procuró.

El director ruso intuyó que el agua simboliza lo eterno y el espíritu, o juntando ambos conceptos, la dimensión de la espiritualidad eterna, ligada de forma indisoluble a la pureza, la transparencia y la indivisibilidad del agua. ¿Acaso el alma o el arte no son, como conceptos abstractos, puros, transparentes e indivisibles?. Por tanto en mi opinión, y contradiciendo un poco al propio director que la naturaleza no es símbolo de algo, observamos que la fe, la materialización de lo imposible, la densidad conceptual y los procesos dramáticos interiorizados, todos ellos característicos del cine de Andrei Tarkovski, casan bien con un elemento externo que opera como símbolo, que no puede abarcarse con las manos porque fluye continuamente, pero que puede tener “vida propia”, como la superficie líquida del planeta Solaris. Así, para Angel Sobreviela, «el agua y sus diversos sonidos, casi musicales, son una referencia constante de la poética de Tarkovski, formando parte de aquellos elementos con los que en breves pinceladas conseguía crear una atmósfera en la que el espectador se encuentra abierto a los menores detalles (…) que le hacen prestar atención a lo cotidiano y a su sentido evocador y trascendente» [2]. Y otro autor, Pablo Capanna, opina: «Lo que cae del cielo es emblema de la gracia divina, que purifica como el perdón» [3].
En sus dos primeras películas, las más lineales y narrativas por estar centradas en procesos históricos (La infancia de Iván y Andrei Rublev), el uso poético del agua no es tan evidente. En la película sobre la segunda guerra mundial el agua se asocia a la alegría de la infancia (Iván y su hermana corriendo por la playa, unos caballos comiendo manzanas apaciblemente bajo la lluvia) y en la película sobre el monje pintor, cuando Kiril, Danila y Andrei Rublev son sorprendidos por la lluvia camino de Moscú y se refugian en la cabaña con los campesinos, la lluvia es la excusa para interconectar el mundo de los campesinos con el de los monjes en la cabaña, contacto que se rebelará imposible. Asimismo, en esta última cinta, el sonido de pisadas en el barro (tierra y lluvia juntos) de los soldados rebela la misión poco agraciada que tienen encomendada, pues “pisan el agua”. En esta misma línea, en otro ejemplo los soldados tropiezan en el barro en El espejo, en las imágenes documentales del ejército rojo.

Pero a partir de Solaris, su tercera película, la cosa cambia. La lluvia pasa a ser el modo de representar la comunicación del cielo con la tierra, una evocación impregnada de melancolía que abre las puertas del alma y nos recuerda que a lo absoluto sólo se accede por la fe y por la actividad creadora. Ejemplos hay muchísimos. María purifica a Alexander del barro del camino echándole agua de una jarra (en Sacrificio), de la misma manera que la madre purificaba a Kelvin en el sueño de Solaris. El baño del niño Alexei en el estanque, con su madre cercana, casi al final de El espejo, tiene también un carácter de purificación, pues tras el baño el niño puede acceder a los dominios del recuerdo infantil, recuperando el tiempo pasado e integrándose en él (accediendo al espacio de la infancia, ese espacio tan querido en el cine de Tarkovski). En esta última película, la madre de Andrei se lava el pelo en una palangana, que contrasta con el personaje de Eugenia de Nostalgia, que no puede hacerlo.

El Stalker duerme en una pequeña isla rodeada de agua, como personaje que se dispone a transmitir toda su energía espiritual al profesor y al escritor, camino de la Zona, y por ello el director ruso le pone en contacto con el medio líquido. Agua que por cierto no procede de ningún río, sino que es agua que cae del cielo y que se une de tal modo a la zona que forman un ente inseparable. Pablo Capanna explica «la zona es el lugar del agua, de un discontinuo y prolongado goteo interrumpido por pequeñas cascadas y corrientes, del rumor del pozo, la pasión de la lluvia, el repique de piedras, el delicado chapaleo de la onda» y «la lluvia es llanto, la lluvia es riego y fertiliza, puede llegar a castigo si contundente o señalar tan solo la estación del año. La lluvia es una bendición que se pide y un don que se otorga, pero también diluvio y calamidad»[4].

El ruido del agua corriente simboliza la vida espiritual, como la casa del Stalker o el hotel donde descansa Gorchakov en Nostalgia. Sin embargo, como he dicho antes, Eugenia no tiene agua en su habitación, dando a entender de este modo la pobreza espiritual de esta mujer, que no puede desligarse de la cotidianidad del existir, a diferencia de Domenico y Gorchakov. Este desligarse de lo cotidiano no puede tener más claro exponente que en ninguna de sus películas nadie aparece bebiendo agua, es decir, la función de mantenimiento vital del cuerpo humano queda disociada de su función “más elevada”, esto es, el contacto espiritual que su presencia evoca. Domenico, en Nostalgia, dice “dejemos de ensuciar el agua” en el discurso final, antes de suicidarse y delegar en Gorchakov, pues él no puede hacerlo, la posibilidad de salvar a toda la humanidad cruzando la piscina termal de Santa Caterina.

Por último, comentar las peculiares “lluvias dentro de las habitaciones” que existen en su cine: hay lluvia dentro de la habitación en Nostalgia, Solaris y Stalker. Según Angel Sobreviela, «la lluvia en el interior de las habitaciones expresa el último contacto con lo inefable» [5]. Efectivamente, creo que las famosas precipitaciones dentro de las habitaciones (Tarkovski era frecuentemente interrogado al respecto) son el grado máximo de contacto con la dimensión de lo eterno, una imagen nueva y única del mundo que se presenta como una revelación, como un deseo del artista de fijar la vivencia de lo interminable y que se expresa por medio de la limitación: lo espiritual por lo material, lo infinito por lo finito.

[1] Andrei Tarkovski en Esculpir en el tiempo (Libros de cine Rialp, 2000). p. 236.

[2] Angel Sobreviela en Andrei Tarkovski: de la narración a la poesía (Fancy ediciones, 2003), pp. 88 y 89.

[3] Pablo Capanna en Andrei Tarkovski: el ícono y la pantalla (Ediciones de la flor, colección personas, 2003), p. 214.

[4] Ibídem p. 101.

[5] Op.cit. en nota, p. 28.

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