domingo, 8 de julio de 2007

Tres clásicos de Jacques Tourneur: II) Yo anduve con un zombie




Jacques Tourneur 1943: I walked with a zombie
Publicado por Natalia Vías en Miradas de Cine

La isla donde mueren las estrellas:

«Parece extraño... hace un año creo que no sabía ni qué eran los zombies. Pensaría que eran extraños, aterradores…y algo divertidos».

Con estas palabras de la enfermera Betsy comienza Yo anduve con un zombie, la película más bella y lírica de la serie producida durante los años cuarenta por el excepcional Val Lewton (1). Una ensoñación maligna y sobrenatural situada en Las Antillas. Un poema sobre la vida y la muerte que transcurre en un mundo en descomposición en el que los nativos lamentan los nacimientos y celebran los entierros, un lugar en el que los peces saltan de terror a la superficie putrefacta del mar y en donde mueren las estrellas. En Yo anduve con un zombie, al igual que en las demás películas de Lewton, la oscuridad se convierte en el principal recurso narrativo y estético. La oscuridad es profunda, insondable. Los sonidos, los olores y hasta el miedo recorren la oscuridad como un escalofrío hasta llegar a hacerse casi táctiles. El mar y el viento crean límites geográficos y espirituales, se convierten en vías espectrales por donde transitan las voces, los pensamientos y las almas. Lo etéreo y lo terrenal, lo aparente y lo oculto, la vida y la muerte se funden de forma apaciguada, al compás del suave ritmo del Calypso y del sonido de los cañaverales cuando los acaricia la brisa preñada de yodo y de malos presagios.
La producción de Yo anduve con un zombie vuelve a reunir por segunda vez a Val Lewton con el director Jacques Tourneur (1904-1977), con el que rodará algunas de las mejores películas de la serie (2). Su producción dio comienzo tan sólo dos meses después de terminada la primera película de su colaboración conjunta; La mujer pantera (Cat People, 1944). Es con Tourneur con quien Lewton determinará desde esta primera, las características formales y estéticas de todas las películas de género fantástico que produce durante los años cuarenta para la RKO. Lewton y Tourneur compartían gustos y aficiones y una forma muy concreta de entender el género; para ambos lo importante era sugerir, nunca mostrar. Según comenta Joel E. Siegel en su libro Val Lewton: The reality of terror, Lewton presentía que la ausencia de una amenaza específica permitía que cada espectador proyectara sus miedos más íntimos. Sin embargo, Lewton sí nos da pistas a través del sonido de la naturaleza de esa amenaza, el plano queda fijo pero el sonido es el que nos sugiere qué tipo de peligro acecha a los protagonistas de sus películas; y es el sonido, e incluso la ausencia de éste, utilizados ambos, sonido y silencio, de manera magistral, del que se vale para mantener un tenso suspense que explota de manera brusca e inesperada para el espectador (3). La utilización del terror sugerido se convertirá en el recurso de éxito y en la seña de identidad de las producciones Lewton y también en una característica de todo el cine de Tourneur. Al respecto, Tourneur señalaba: «(...) de cualquier modo, la utilización del estilo elíptico, la manera de sugerir el horror, es una aportación personal y continúo estando convencido de que es la única forma válida de hacerlo». (4)

El clímax de este "suspense de lo sobrenatural" ocurría en off, la fuente del peligro es invisible para el espectador y la oscuridad se convierte en la envoltura siniestra y amenazante en la que cualquier cosa agazapada en las sombras puede acecharnos, agredirnos o enloquecernos. En las películas producidas por Lewton, la oscuridad se convertirá en un potente elemento narrativo gracias a un elaborado trabajo de fotografía y de dirección artística.

La película está basada en un artículo científico de Inez Wallace sobre el vudú en Haití (5) y su estructura y personajes fueron tomados del clásico de la literatura Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Esta especial revisión del clásico adaptado al género fantástico era muy del gusto de Lewton, quien adaptó en otras ocasiones relatos de Cornell Woolrich o Robert Louis Stevenson. Productor culto y sensible, Lewton supervisaba cada guión con su equipo (firmó alguno de ellos con el seudónimo Carlos Keith) (6), y siempre reescribía él mismo una última versión antes de rodar. Para Yo anduve con un zombie encargó la escritura del guión a Curt Siodmak, hermano del director Robert Siodmak, y a Ardel Wray, que realizaron un magnífico trabajo.
Pero Lewton no sólo era metódico en la escritura de los guiones, sino que supervisaba todas las facetas de producción, desde el vestuario hasta la luz. Mantenía a cada uno de los integrantes de su "pequeña unidad" al tanto del trabajo del resto de departamentos. Lewton era un hombre excepcional, generoso e inteligente, escuchaba propuestas y aglutinaba siempre con respeto y amabilidad al equipo en torno suyo. Este fue quizás el secreto para conseguir la excepcional calidad que tienen sus películas. Contaba a priori con importantes restricciones de presupuesto y tiempo. Las películas no debían de durar más de 78 o 79 minutos, los decorados y el vestuario se reutilizaban de anteriores películas de gran presupuesto, los actores eran casi desconocidos para el gran público y los rodajes no podían durar más de dos o tres semanas, por lo que las películas se rodaban a gran velocidad. Todo ello lo suplió Lewton a base de un gran entusiasmo, un trabajo riguroso y un enorme talento. La idea inicial de RKO era producir películas de bajo presupuesto para completar los programas dobles en pequeños locales de exhibición. Sin embargo, gracias a la gran calidad del resultado de éstas, Lewton se ganó el entusiasmo del público y de la crítica de inmediato. «Nuestra fórmula es simple: —declaraba el productor— Una historia de amor, tres escenas de terror sugerido y una de violencia real. Todo está terminado en menos de setenta minutos» (7). Y basándose en esta sencilla estructura, Lewton fue capaz de que sus películas no sólo se desmarcaran de otras producciones del mismo género sino que tuviesen una singular belleza gracias a la mezcla de algunos elementos: enfrenta al ser humano cara a cara con sus miedos, ansiedades y deseos, le encara con la muerte, siempre presente, que le acompaña como un fiel compañero de juegos, consiguió como nadie que nos acercáramos de puntillas y en susurros al terror más irracional, ese que dormita en lo profundo del ser humano, y lo envuelve todo en una atmósfera sutil y apaciguada de leyendas antiguas y canciones de otro tiempo.

Yo anduve con un zombie está rodada con gran inspiración, la cámara se mueve con gran delicadeza, se limita a acompañar a la enfermera Betsy (Frances Dee) en su siniestro viaje. La película respira una sutil tensión, un cálido y amenazador aliento oculto entre las sombras. Las sombras nos invitan a atravesar un mundo intangible, mágico y espectral. Tourneur, realizador de gran sensibilidad, en esta película consigue una extraña e inquietante atmósfera con ayuda del magnífico equipo que acompañará a Lewton en todas sus producciones y al que bautizaría como La pequeña unidad del terror (8). El director de fotografía J. Roy Hunt, que gozaba ya en los años cuarenta de una enorme experiencia, crea prolongaciones y sombras que se proyectan en los decorados y sobre los personajes a los que sume en una gran soledad y potencia la difusa amenaza que los acecha constantemente (9). La vegetación, la presencia furtiva de los zombies, los juegos del viento en el mar y en las ramas de los árboles del jardín de Fort Holland, la hacienda, ayudan a aumentar en el público la ilusión de que la acción transcurre en una plantación de caña de azúcar de las Indias Occidentales, cuando realmente la película fue rodada en los estudios RKO en Hollywood. El paseo al borde del mar de la enfermera Betsy y Carrefour el zombie (Darby Jones) que abre la película es de una gran belleza, como también lo son todas las demás escenas junto al mar, bajo un inmenso cielo estrellado. Pocas veces en el cine la noche ha sido tan mágica, tan amenazadora y eterna.

El paseo final entre los cañaverales de Betsy y Jessica (Christine Gordon) paraliza el aliento. Con el único sonido del viento que hace entrechocar las cañas y la figura de ambas mujeres semejantes a espectros y el sonido de los tambores del vudú, Tourneur logra crear uno de los momentos más líricos, fascinantes y sugerentes de la historia del cine. Un paseo nocturno suspendido en el tiempo, entre la vida y la muerte, en el que hilos invisibles mueven a Jessica hacia la ceremonia del vudú. Quizás esta secuencia sea la que mejor explica la esencia de todo el cine de Lewton. El silencio también era imprescindible para Lewton, el tenso, ahogado silencio de sus películas. Y en la oscuridad se prolongan, como ecos del más allá, los sonidos de la naturaleza y los que vienen arrastrados por el viento: las canciones, los susurros, el sonido de los pasos en los callejones vacíos, el rugido lejano de un felino o el tam tam de los tambores.

¿Te has fijado —escribía Jack London— en cómo la tierra y el mar respiran por turno?

Y el mar. El mar está presente durante toda la película y era tema recurrente en el cine del productor. Recordemos que el personaje de Oliver Reed en La mujer pantera (Cat People, 1942) diseñaba barcos, en el decorado de La séptima víctima (The Seventh Victim, 1943) encontramos la maqueta de un velero, El barco fantasma (The Ghost Ship, 1943) trascurre en un barco en alta mar, los personajes de La isla de los muertos (Isle of the Dead, 1945) se encuentran atrapados en una pequeña isla, son algunos ejemplos de cómo el mar está siempre presente en las películas de Lewton. Y no es de extrañar, ya que Lewton y Tourneur compartían su amor por el mar y salían con frecuencia a navegar juntos. El mar es un protagonista más en Yo anduve con un zombie, en el mascarón de proa, un doliente San Sebastián que da la bienvenida a la hacienda Fort Holland, el paseo nocturno de Betsy y Carrefour rozando la orilla de la playa en calma que inicia la película, el mar putrefacto por el que navega el barco que lleva a Betsy a la isla y en donde Paul Holland (Tom Conway) le explica, casi como una premonición; Aquí, todo lo bueno muere, incluso las estrellas. Y finalmente el mar bravo, violento en el que Jessica muere, flotando como Ofelia, y del que los pescadores nocturnos la sacan junto a Wesley (James Ellison) mientras las antorchas iluminan la superficie del agua. El mar acompaña, cobija y da muerte.
Yo anduve con un zombie es una película rodada con todos los sentidos. Es maligna y romántica, bella y terrible. En ella la naturaleza susurra a los hombres la inminencia del peligro y en el silencio se escucha el sonido de las moribundas estrellas. El viaje en barco de la enfermera Betsy hasta San Sebastián se asemeja al que en el año 1933 un grupo de hombres y una mujer emprende en el S. S. Venture hacia la isla de la calavera para encontrarse con King Kong (King Kong, 1933. Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack), película ya mítica de la RKO. Y no sería de extrañar que ambas películas compartiesen alguna semejanza, no olvidemos que Lewton trabajaba ya a principios de los treinta con David O'Selznick, productor ejecutivo de King Kong. En los años cincuenta, incluso, RKO prepara nueva publicidad de King Kong y es exhibida en sesiones dobles junto a dos de las películas de Lewton; El hombre leopardo y Yo anduve con un zombie.

El ambiente enrarecido de la hacienda Fort Holland y la amenaza oculta en el exterior hará recordar al espectador al de la película rodada una década después, Cuando ruge la marabunta (The Naked Jungle, 1954, Byron Haskin). Lewton no sólo influyó de forma decisiva en la carrera posterior de sus directores, Jacques Tourneur, Robert Wise y Mark Robson, sino que podemos encontrar de forma tácita o explícita homenajes, influencias o guiños hacia Lewton y su cine, en multitud de cineastas desde Alfred Hitchcock a Vincente Minnelli, desde Paul Schrader a Roman Polanski. En su libro sobre Jacques Tourneur, Chris Fujiwara, explicaría en relación a Yo anduve con un zombie: «La película también expresa mejor que ninguna otra película de Tourneur lo esencial de su visión de la vida; rechazo a la condenación, respeto por las diferencias culturales y la conciencia de un permanente desconocimiento que hay detrás de las vidas y las motivaciones humanas, sus relaciones con los demás y su lugar en el cosmos» (10).

Yo anduve con un zombie será la película que siempre prefirió Tourneur de entre todas las de su filmografía, sobre todo por su poesía. Fue también la preferida de Ruth Lewton, esposa del productor y la que más le gustaba al director Mark Robson de entre todas las películas que Lewton produjo. Probablemente sea la que mejor encuentra el equilibrio entre lo terrenal y lo sobrenatural, lo humano y eterno, entre el hombre y la naturaleza. Todo está en perfecta simbiosis, como un eterno susurro dulce y fantasmagórico.

«No quería asustarla, por eso la he tocado lo más lejos posible del corazón» (Alma a Betsy). El miedo, el amor, el alma, la vida y la muerte, el pasado y el presente, lo sobrenatural, lo eterno, la sensualidad, los instintos primarios, lo aparente y lo oculto, los mundos corruptos o en descomposición, trazan una línea ficticia entre lo real y lo imaginario y que Lewton, "maestro del escalofrío", nos enseña que casi siempre son una misma cosa.

(1) Val Lewton (1904, Yalta-Rusia / 1951, Hollywood, California-EEUU). Excepcional productor. Carismático, culto, de gran sensibilidad y exquisito gusto artístico. Fue sobrino de la gran actriz Alla Nazimova (1879-1945). Emigra a EEUU en 1909, entra en Metro-Goldwyn-Mayer, más tarde colabora con el productor David O'Selznick en los años treinta y en 1942 se hace cargo de la "horror unit" de la RKO. Con ellos produce nueve títulos. Al final de su carrera produce películas para la Paramount, de nuevo para la Metro y para Universal.

(2) Lewton y Tourneur realizaron tres de las nueve películas que conforman el ciclo de género fantástico producidas por Lewton para la RKO en los años cuarenta; Cat people (La mujer pantera, 1942), I Walked with a Zombie (1943) y The Leopard Man (El hombre leopardo, 1943).

(3) Siegel, Joel E. Val Lewton: The reality of terror. Secker and Warburg and Bristish Film Institute. London, 1972, pág. 31.

(4) Revista Midi-Minuit Fantastique, nº 12. cit. en Latorre, José Mª. El cine fantástico. Colección Dirigido por. Barcelona, 1990, págs. 147 y 148.

(5) El guión está basado en el artículo de carácter científico I met a zombie de Inez Wallace, publicado en «American Weekly Magazine» y en el que trata el tema del vudú en Haití donde, según sus propias palabras: «los ritos del vudú encadenan al hombre con lo sobrenatural, más allá de lo que es comprensible».

(6) Val Lewton firma con el seudónimo Carlos Keith los guiones de las dos últimas películas de la serie; El ladrón de cadáveres (The Body Snatcher. Robert Wise, 1945) y Bedlam (Mark Robson, 1946).

(7) Entrevista concedida por Val Lewton a «Los Angeles Times» y recogida por Joel E. Siegel en su libro Val Lewton; the reality of terror, pág. 31.

(8) The little horror unit. En 1942 Lewton deja la compañía Selznick y marcha a RKO, un estudio pequeño, para comenzar su andadura como productor. Charles Koerner, jefe de producción del estudio desde ese mismo año, pone sus esfuerzos en producir películas de serie B. Lewton forma su equipo de trabajo, su "pequeña unidad" con la que trabaja en todos los títulos de la serie. La formaban: el guionista De Witt Bodeen, el director Jacques Tourneur, el futuro director y por entonces montador Mark Robson, el director de fotografía Nicholas Musuraca, los músicos Roy Webb y C. Bakaleinikoff, entre otros profesionales, muchos de los cuales fueron uniéndose con el paso del tiempo.

(9) J. Roy Hunt, comienza su larga carrera en los años diez y se prolonga hasta los años cincuenta del pasado siglo. Colaboró con los directores John Cromwell, Charles Vidor o Edward Dmytryk entre otros. Con Lewton sólo colabora en una ocasión, en la magnífica Yo anduve con un zombie, realizando una de las más bellas y sugerentes fotografías que se han hecho para el cine.

(10) Fujiwara, Chris. The cinema of nightfall. Jacques Tourneur. The Johns Hopkins University Press. EEUU, 2000. pág. 97.

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