lunes, 9 de julio de 2007

Tres clásicos de Jacques Tourneur: III) Retorno al pasado






Out of the Past, 1947. Jacques Tourneur
Publicado por Alejandro Díaz en Miradas de Cine

Ilusiones negras

De una perfección asombrosa, Retorno al pasado no es sólo una de las mejores muestras del cine negro americano, sino también una de las películas más fascinantes de la historia del cine. Un nuevo visionado de este filme antes de escribir lo que están ustedes leyendo me ha confirmado su enorme complejidad, ya que cada una de las veces que la he visto la he percibido de manera distinta en alguno de sus tramos (por ejemplo, el que se desarrolla entre dos edificios en San Francisco, y en el que podemos ver al estupendo personaje de Meta Carson -Rhonda Fleming-, puede confundir al principio, mas va aclarándose tras las pertinentes revisiones), si bien todos se presentan siempre igual de atractivos (muy atractivos).

Se trata de una producción RKO de 1947, que adapta una novela del periodista y escritor Daniel Mainwaring (alias Geoffrey Homes), con la colaboración en el guión, sin acreditar, de Frank Fenton, quien introdujo variaciones con respecto a la novela, y de James M. Cain, cuya aportación al libreto final fue, según parece, prácticamente nula. La descollante fotografía en blanco y negro, con ambientes brumosos, noches mágicas, y deslumbrantes exteriores diurnos, es de Nicholas Musuraca, uno de esos modestos pero geniales operadores con los que contaba la RKO en aquella década, como puede ser J. Roy Hunt, otro creador de antológicos juegos de luces y sombras. Dirige el gran Jacques Tourneur, cineasta de probado talento (aunque un tanto olvidado, por desgracia) capaz de dejar su impronta personal dentro de los géneros clásicos en multitud de joyas inolvidables como La mujer pantera (1942) y Yo anduve con un zombie (1943).

Sería harto complicado tratar de condensar el (intrincado, pero no confuso) argumento de Retorno al pasado en unas pocas (o en muchas) palabras, pues se trata de una historia de mentiras entrecruzadas, engaños, jugarretas, que forman una red difícil de desenmarañar, aunque no imposible. No tiene nada que ver, por supuesto, con un whodunit (películas en las que hay que encontrar al culpable de un crimen; al mayordomo, vaya), pero tampoco se reduce a una simple investigación, por lo que su estructura (creada con verdadero mimo) cobra renovada vigencia cada vez que la película es proyectada. Esta originalidad argumental aporta también frescura a la película, si bien su parte más canónica (considerando los elementos propios del noir), que no es otra que el flashback con voz en off (aunque más bien sería la superposición de lo que le relata el protagonista a su novia), pasa por ser el pasaje más ensoñador, arrebatador, de todos.

El fragmento de recuerdos del protagonista tiene lugar en Acapulco (se trata de un film con muchos desplazamientos geográficos). Allí llega Jeff Bailey (Robert Mitchum, con esa especie de neutralidad que le va tan bien a este personaje, y de la que Otto Preminger supo sacar asimismo partido), quien, por orden de Fred Sterling (Kirk Douglas, en uno de sus papeles iniciales como villano), sigue los pasos de Kathie Moffett (la brunette Jane Greer, actriz fallecida en 2001), una mujer que, según parece, le ha robado y ha intentado matarle. La encuentra finalmente en un bar, y no podrá evitar ceder al deseo que ella le despierta, y que se traduce en unas preciosas imágenes en las que se entremezcla de modo admirable la ilusión de dicho encuentro, con los diálogos (toneladas de réplicas insuperables), estableciéndose un equilibrio entre fantasía y sensualidad francamente memorable, que aporta una carga de tragedia a toda la segunda parte del filme, mucho más oscura.



El poder de la sugerencia

La realización no puede ser más inteligente, y siembra el caudal de la narración de detalles con los que, lejos de aplanar su sinuosidad, le otorga aún mayor profundidad, aumentando sus connotaciones misteriosas, en ocasiones rayando con el onirismo. Ya la primera secuencia que comparte Jeff Bailey con su novia Ann (Virginia Huston) tiene una delicadeza única, y el momento, visualmente enjundioso, en el que Mitchum pasa a recogerla en coche para ir al lago Tahoe, le sirve a Tourneur para presentar, mediante sus voces, a los padres de la chica, personajes que aparecerán de nuevo más adelante. Por otro lado está la secuencia en la que Jeff visita un club de jazz de Nueva York para buscar información sobre la misteriosa Kathie, quien había trabajado allí -lo cual no deja de ser sorprendente-, y es informado de que ella se ha ido a un lugar cálido. Tras esto, Jeff no olvida invitar a sus confidentes a una copa, depositando un billete sobre la bandeja del camarero. Otro detalle: Cuando Jeff conoce a Kathie, decide regalarle unos pendientes que le compra a un mercader ambulante, y ella le dice que no los usa ("Yo tampoco", responde Jeff), pero en la primera ocasión en la que Kathie invita a Jeff a su casa (un instante esplendoroso de Greer, con el cabello mojado, secándoselo a Mitchum, y viceversa), podemos ver cómo ella lleva en sus orejas los colgantes, y Tourneur no inserta ningún primer plano de la actriz (ni tampoco, desde luego, de una de sus orejas).

El hijo de Maurice Tourneur es un artista fascinado por lo oculto, lo que escapa a nuestro entendimiento, por los fantasmas, que establece (no sólo en esta película: véanse sus colaboraciones con Val Lewton, o posteriores aportaciones al fantastique como la turbadora La noche del demonio / Curse of the Demon, 1958) un proceso de elección entre aquello que desea que veamos y todo lo que quiere que permanezca invisible, aumentando la ambigüedad de la historia. Sin ir más lejos, las acciones criminales se nos suelen mostrar a través de sus consecuencias, pero ocurren fuera del encuadre. Pero donde de verdad se demuestra esto es en el modo de manejar al personaje de Kathie, sin duda, uno de los más maquiavélicos y perversos que se hayan visto nunca.

El director nunca nos muestra el verdadero rostro de la chica hasta que Jeff empieza a desconfiar de ella... incluso en el asesinato de Jack Fisher (Steve Brodie) no vemos su pistola hasta después de haberla disparado. Posteriormente sí veremos, aunque por poco tiempo, la otra cara de Kathie, sobre todo en su modo de tratar al secuaz de Fred que la acompaña (menudo lío argumental, ¿eh?). Ahí podemos ver, fugazmente, su personalidad despiadada, que contrasta
con esa apariencia de chica buena, silenciosa, que adopta para conseguir lo que quiere (y a quien quiera).

Y el momento culminante dentro de este proceso de selección entre lo que debe ser visto y lo que no, está en la secuencia, incrustada dentro del famoso flashback, en la que Kathie invita a Jeff a ir a su casa. La lámpara se cae, el viento abre la puerta de la vivienda, y la cámara de Tourneur sale al exterior, en unos instantes de alto voltaje emocional. Además de los simbolismos (que no diré yo que no los haya), es una demostración de elegancia y, por supuesto, también de preocupación y respeto por la importancia de la imagen en el seno de la narración.



Hombre atrapado

Jeff Bailey es un personaje pasivo, un observador de los demás, e incluso de sí mismo, que raramente es el motor de las acciones que van teniendo lugar. Después de haber dejado atrás muchas cosas, el pasado volverá a interferir en su vida, atrapándole de nuevo. Pero, además, ese retorno al pasado le atrapa, a su vez, entre dos mujeres (una dualidad que recuerda a la posterior de Terciopelo azul / Blue Velvet, 1986. David Lynch, del mismo modo que la secuencia de exteriores en las calles empinadas de San Francisco hace pensar en De entre los muertos / Vertigo, 1958. Alfred Hitchcock). Una de ellas es Ann, una chica rubia, comprensiva, que ostenta una inusitada fidelidad hacia Jeff, y parece en todo momento consciente de que él tendrá que lidiar con asuntos misteriosos. Para ella, él es (como le confiesa al principio), una puerta a un mundo oscuro que la intriga, y del cual le gusta ser una observadora. Jeff la quiere, pero esto parece más consecuencia de su lealtad, que la lleva a arriesgar su reputación en el pueblo y ante sus padres, y bondad, que de una fuerte atracción física, que sí se manifiesta cuando está con Kathie, la otra mujer. Kathie le atrae, no cabe duda, y ella lo sabe desde el primer instante, y continuamente le pregunta "¿Me quieres?", o "¿Has pensado en mí?". Incluso cuando descubre su falsedad, Jeff no termina de desembarazarse de ella.

Ambos personajes, Ann y Kathie, vienen a simbolizar esa clásica lucha entre opuestos, entre luces y sombras, entre el bien y el mal (que también se rastrea en otras obras de Tourneur). Sin embargo nada es tan sencillo, y la dualidad se desgaja hasta romperse en el tramo final, cuando ambos mundos colisionan y se contaminan el uno al otro, en la vida de Jeff. Así, en los últimos instantes, Kathie se le presenta a Jeff vestida como una especie de monja, una monja negra, tan negra por fuera como por dentro. Este aspecto choca con su inicial aparición (no por ilusoria menos irresistible), de blanco, bañada por el sol, en el bar mejicano donde la esperaba Jeff.

Además, en los planos postreros, Ann le pregunta a un chico sordomudo que era amigo de Jeff (interpretado por Dickie Moore), si era o no era cierto que éste se fugaba con Kathie en el momento en el que la pareja fue interceptada por las autoridades. El chico sordomudo le dice que sí, cuando resulta que fue el propio Jeff el que avisó a la policía para dejarse coger. Al oír eso, Ann se marcha con su soso pretendiente, en lo que se ha tomado siempre como una mentira piadosa por parte del chico para liberarla de su amor por Jeff. Pero esto, creo, es discutible. En la última escena entre Jeff y Kathie antes de coger el coche, ella le propone una fuga inverosímil, y pretende convencerle de que ambos están hechos el uno para el otro. Jeff le sigue la corriente... pero después, mientras arroja un vaso con violencia, parece creerse lo dicho por Kathie, y, aunque la entrega a ella (y a sí mismo), también la acompaña en una huida suicida. Por tanto, podría decirse que no quería fugarse con ella, pero, de algún modo, tampoco consigue escapar de ella, y juntos emprenden un camino decisivo, y aceptan su fatal destino. Teniendo en cuenta esto, la mentira del chico sería, pues, relativa, estaría sometida a la ambigüedad general del relato. Empero, y en todo caso, se supone que nadie puede llegar a saberlo, pues el misterio quedará enterrado para siempre y, como Tourneur siempre parecía poner de manifiesto, así es como debe ser.

NOTA: Existe un remake, que desconozco (y del que no tengo muy buenas referencias), del año 1984, en color, obviamente, dirigido por Taylor Hackford (realizador de quien no tengo muy buenas impresiones), con Jeff Bridges, Rachel Ward y James Woods en los papeles principales, más la presencia, como madre de la protagonista, de Jane Greer.

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